En un callejón del barrio pobre La Lucha, al este de Caracas, Jackner Quevedo, improvisa una barbería frente a su casa. Cuidadosamente, pone en fila, frente a un viejo espejo, cepillos, hojillas y fijador para el cabello. Sus vecinos se asoman por las ventanas a admirar la precisión y paciencia con la que maneja la máquina cortapelo y las tijeras.
El adolescente, de 14 años, aprendió el oficio cuando Venezuela decretó el confinamiento por el coronavirus, en marzo de 2020, siguiendo los pasos de su tío, quien ha sido barbero por décadas.
"Yo me la pasaba muy aburrido desde que comenzó la cuarentena, y mi mamá me decía: ¿qué hago hijo?. No es mi culpa. Es algo que está pasando en todo el mundo. Entonces, vi una máquina y empecé a agarrarla, y así fue que aprendí. Empecé dándole y dándole, y como mi tío también era barbero, todos los fines de semana me iba para su casa a ver cómo afeitaba y así, poco a poco, fui aprendiendo", relata a la Voz de América.
La faena comienza los fines de semana, pues de lunes a viernes entrena en una academia de béisbol, donde se prepara para jugar la posición de receptor.
"Quiero ser pelotero grandes ligas y quiero ser barbero", confiesa.
Por ahora está de vacaciones escolares, pero en octubre, Jackner comenzará el tercer año de secundaria, y asegura, siempre habrá tiempo para atender a los clientes de su comunidad.
"Uno tiene que buscar la manera, y siempre busco la manera de hacer todas las cosas para salir bien", afirma el joven venezolano.
Su familia ve con admiración la disciplina con la que el joven aprende cada día nuevas técnicas de barbería, no sólo pidiendo consejos a su tío, sino revisando las tendencias que se publican en YouTube.
"Es un emprendimiento que él solito se propuso y lo ha logrado. Para mí, eso significa que es algo para él, que lo va a tener a futuro, independientemente de que no pueda continuar en béisbol, tiene otro oficio. Le apasiona la barbería y significa tanto para él como para mí. Es un logro extraordinario", expresa su madre Dalis Flórez a la VOA mientras lo ve trabajar.
Por cada corte, Jackner cobra dos dólares, que usa para comprarse algunos artículos personales, y de vez en cuando, darle un detalle a su madre.
Algunos de los que pasan por su lado mientras trabaja, le saludan y le anuncian que vendrán, en unas horas, a ponerse en sus manos.
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