Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. O al menos eso piensan los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, que se apoyan en sus esposas como una baza en sus campañas políticas.
Cada una está jugando, en esta carrera presidencial, un papel diferente.
Michelle Obama: compañera constante
La mujer del presidente de los EE.UU., Barack Obama, parte con ventaja: su papel no es sólo el de esposa y madre, sino el de Primera Dama.
Aun siendo duramente criticada en la campaña de 2008, Michelle Obama, abogada de 48 años procedente de Chicago, ha logrado la alta aceptación de los estadounidenses al alejarse de polémicas, apoyar causas apartidistas (como la lucha contra la obesidad y la alimentación saludable) y adoptar un perfil bajo, en el que siempre se ha mostrado como una compañera más que como protagonista de la campaña.
En el caso de la carrera presidencial de este año, la esposa del presidente apareció en varios actos electorales durante esta semana de agosto, tras cinco meses sin participar en un mitin junto a su marido. La pareja suele comportarse con naturalidad y muestra gestos cariñosos en público, además de recurrir a su vida en común como parte de su discurso.
La popularidad de la Primera Dama, de hecho, supera a la aceptación de su marido entre los ciudadanos (de un 47%). Según la encuestadora Gallup, Michelle Obama ha gozado de un 66% de aceptación popular desde el año 2010 por lo que, como reconoce el estratega republicano Matt Mackowiank, es “intocable políticamente”.
Y el presidente de los Estados Unidos parece ser consciente de esto, ya que Michelle Obama es una pieza importante a la hora de reforzar su discurso y acercarse a la faceta más personal de Barack Obama.
Su figura aparece como símbolo de cercanía en campañas como la reciente “It Takes One”, en la que pide a los simpatizantes demócratas que se acerquen a un amigo, familiar o vecino para poner su granito de arena en la reelección de su marido.
Ann Romney: enérgico complemento
Pese a haber estado prácticamente toda su vida con su marido a su lado –se comprometió con él a los 16 años y se casó a los 19-, Ann Romney, de 63 años, desarrolla sus propias campañas, muchas veces de manera independiente, para apoyar a su marido, y defendiendo algunos de los puntos básicos de su programa como el fortalecimiento de la economía.
Ann ha demostrado ser capaz de superar dos enfermedades (una esclerosis múltiple y un cáncer de mama), ser una ama de casa licenciada, madre de cinco hijos y abuela de 18 nietos, y mostrar su pasión al mundo compitiendo en torneos ecuestres, a lomos de su caballo Rafalca.
Aunque su popularidad no supera a la de Michelle Obama, una encuesta del Centro
Pew de Investigaciones le otorga un 30% de apoyos, pese a señalar que es “menos visible” que la Primera Dama.
Como suele ocurrir con la figura de la esposa, Romney también contribuye a dar una imagen más familiar y cercana al candidato republicano, que en varias ocasiones ha relatado su pronta historia de amor ante el público.
Acusada de “no haber trabajado nunca en su vida” y de no conocer los problemas reales de las mujeres por la estrategia demócrata Hilary Rosen, Romney respondió que “hice una elección, crié cinco hijos y para mí, fue un trabajo duro”.
Su figura podría ser, en esta campaña, una de las armas secretas del candidato republicano para reorientar algunas polémicas en torno al papel de las mujeres dentro del Partido Republicano y reforzar su mensaje económico desde otro punto de vista: el de las mujeres preocupadas por el futuro de sus hijos.
Jill Biden y Janna Ryan: Segunda Dama y mujer en la sombra
Ser Segunda Dama no es una responsabilidad tan marcada como la de esposa de presidente; pero Jill Biden, mujer del vicepresidente Joe Biden, ha ejercido su papel con entusiasmo e incluso ha llegado a sugerir en alguna ocasión que su marido podría ser “un buen presidente”.
Doctorada y educadora, Biden, de 61 años, es una mujer activa que compagina su labor como esposa del vicepresidente con la enseñanza y escritura de libros para niños. De hecho, se trata de la primera Segunda Dama que mantiene un trabajo remunerado durante la vicepresidencia de su esposo.
Procedente de una familia de militares, ha enfatizado su oposición a la guerra de Irak y la atención a este colectivo en sus acciones públicas, aliándose con Michelle Obama.
Sus actividades no se han quedado ahí: ha pronunciado discursos y recibido títulos honoríficos en universidades como las de Nueva York, participado en la campaña de la USAID en apoyo a la situación de crisis humanitaria en el Cuerno de África e incluso aparecido en un episodio de una serie de televisión, Army Wives, para resaltar su causa a favor de las familias militares.
Mientras tanto, Janna Ryan, esposa del candidato a la vicepresidencia republicana Paul Ryan, es un nuevo rostro en el escenario de campaña, aunque hasta el momento ha preferido mantenerse a la sombra de su marido.
Ryan, de 43 años, licenciada en Derecho y de familia demócrata, mantiene, hasta ahora, un perfil bajo ya que “no ve la necesidad” de intervenir en los mítines como hace su compañera de fórmula, Ann Romney.
Ama de casa como la candidata republicana a Primera Dama, es una mujer católica que dejó su trabajo de asesora fiscal para atender a sus tres hijos. Proviene de un pequeño pueblo de Oklahoma, de poco más de 3.000 habitantes, aunque se ha movido con comodidad en grandes ciudades como Washington DC en su carrera previa como lobbysta.
“Se siente muy cómoda dentro de los círculos políticos. Nació dentro de una familia acostumbrada a la política y es algo natural para ella”, aseguró Leslie Belcher, antigua compañera de Ryan cuando trabajaba en el sector del lobby.
Por ahora, la de Ryan sigue siendo una figura desconocida, que algunos, como el senador Dave Craig, califican como “el equilibrio de Paul”.
Cada una está jugando, en esta carrera presidencial, un papel diferente.
Michelle Obama: compañera constante
La mujer del presidente de los EE.UU., Barack Obama, parte con ventaja: su papel no es sólo el de esposa y madre, sino el de Primera Dama.
Aun siendo duramente criticada en la campaña de 2008, Michelle Obama, abogada de 48 años procedente de Chicago, ha logrado la alta aceptación de los estadounidenses al alejarse de polémicas, apoyar causas apartidistas (como la lucha contra la obesidad y la alimentación saludable) y adoptar un perfil bajo, en el que siempre se ha mostrado como una compañera más que como protagonista de la campaña.
En el caso de la carrera presidencial de este año, la esposa del presidente apareció en varios actos electorales durante esta semana de agosto, tras cinco meses sin participar en un mitin junto a su marido. La pareja suele comportarse con naturalidad y muestra gestos cariñosos en público, además de recurrir a su vida en común como parte de su discurso.
La popularidad de la Primera Dama, de hecho, supera a la aceptación de su marido entre los ciudadanos (de un 47%). Según la encuestadora Gallup, Michelle Obama ha gozado de un 66% de aceptación popular desde el año 2010 por lo que, como reconoce el estratega republicano Matt Mackowiank, es “intocable políticamente”.
Y el presidente de los Estados Unidos parece ser consciente de esto, ya que Michelle Obama es una pieza importante a la hora de reforzar su discurso y acercarse a la faceta más personal de Barack Obama.
Su figura aparece como símbolo de cercanía en campañas como la reciente “It Takes One”, en la que pide a los simpatizantes demócratas que se acerquen a un amigo, familiar o vecino para poner su granito de arena en la reelección de su marido.
Ann Romney: enérgico complemento
Pese a haber estado prácticamente toda su vida con su marido a su lado –se comprometió con él a los 16 años y se casó a los 19-, Ann Romney, de 63 años, desarrolla sus propias campañas, muchas veces de manera independiente, para apoyar a su marido, y defendiendo algunos de los puntos básicos de su programa como el fortalecimiento de la economía.
Ann ha demostrado ser capaz de superar dos enfermedades (una esclerosis múltiple y un cáncer de mama), ser una ama de casa licenciada, madre de cinco hijos y abuela de 18 nietos, y mostrar su pasión al mundo compitiendo en torneos ecuestres, a lomos de su caballo Rafalca.
Aunque su popularidad no supera a la de Michelle Obama, una encuesta del Centro
Pew de Investigaciones le otorga un 30% de apoyos, pese a señalar que es “menos visible” que la Primera Dama.
Como suele ocurrir con la figura de la esposa, Romney también contribuye a dar una imagen más familiar y cercana al candidato republicano, que en varias ocasiones ha relatado su pronta historia de amor ante el público.
Acusada de “no haber trabajado nunca en su vida” y de no conocer los problemas reales de las mujeres por la estrategia demócrata Hilary Rosen, Romney respondió que “hice una elección, crié cinco hijos y para mí, fue un trabajo duro”.
Su figura podría ser, en esta campaña, una de las armas secretas del candidato republicano para reorientar algunas polémicas en torno al papel de las mujeres dentro del Partido Republicano y reforzar su mensaje económico desde otro punto de vista: el de las mujeres preocupadas por el futuro de sus hijos.
Jill Biden y Janna Ryan: Segunda Dama y mujer en la sombra
Ser Segunda Dama no es una responsabilidad tan marcada como la de esposa de presidente; pero Jill Biden, mujer del vicepresidente Joe Biden, ha ejercido su papel con entusiasmo e incluso ha llegado a sugerir en alguna ocasión que su marido podría ser “un buen presidente”.
Doctorada y educadora, Biden, de 61 años, es una mujer activa que compagina su labor como esposa del vicepresidente con la enseñanza y escritura de libros para niños. De hecho, se trata de la primera Segunda Dama que mantiene un trabajo remunerado durante la vicepresidencia de su esposo.
Procedente de una familia de militares, ha enfatizado su oposición a la guerra de Irak y la atención a este colectivo en sus acciones públicas, aliándose con Michelle Obama.
Sus actividades no se han quedado ahí: ha pronunciado discursos y recibido títulos honoríficos en universidades como las de Nueva York, participado en la campaña de la USAID en apoyo a la situación de crisis humanitaria en el Cuerno de África e incluso aparecido en un episodio de una serie de televisión, Army Wives, para resaltar su causa a favor de las familias militares.
Mientras tanto, Janna Ryan, esposa del candidato a la vicepresidencia republicana Paul Ryan, es un nuevo rostro en el escenario de campaña, aunque hasta el momento ha preferido mantenerse a la sombra de su marido.
Ryan, de 43 años, licenciada en Derecho y de familia demócrata, mantiene, hasta ahora, un perfil bajo ya que “no ve la necesidad” de intervenir en los mítines como hace su compañera de fórmula, Ann Romney.
Ama de casa como la candidata republicana a Primera Dama, es una mujer católica que dejó su trabajo de asesora fiscal para atender a sus tres hijos. Proviene de un pequeño pueblo de Oklahoma, de poco más de 3.000 habitantes, aunque se ha movido con comodidad en grandes ciudades como Washington DC en su carrera previa como lobbysta.
“Se siente muy cómoda dentro de los círculos políticos. Nació dentro de una familia acostumbrada a la política y es algo natural para ella”, aseguró Leslie Belcher, antigua compañera de Ryan cuando trabajaba en el sector del lobby.
Por ahora, la de Ryan sigue siendo una figura desconocida, que algunos, como el senador Dave Craig, califican como “el equilibrio de Paul”.