Las perspectivas para América Latina en 2020 no son del todo alentadoras, según la Unidad de Inteligencia de la Revista The Economist, especializada en el monitoreo y análisis de los factores políticos, económicos y sociales que pueden determinar el futuro en 180 países del mundo.
Según los expertos de The Economist, América Latina muy posiblemente seguirá siendo escenario de violentas protestas sociales como las que en meses pasados estremecieron a Ecuador, Chile, Perú, Bolivia, Venezuela y Nicaragua. Y el país con más elementos de riesgo para una explosión social y política es Nicaragua.
Para América Latina los disturbios sociales y crisis políticas no son un fenómeno extraño. Pero aún así, el 2019 aún comparado a estándares históricos, ha sido sumamente volátil en estas tierras del “cacerolazo”.
"Los gobiernos de la región, independientemente de su tendencia política, han tenido que lidiar con los coletazos de una ciudadanía a la que la tolerancia con el estatus quo básicamente se agotó”, explica la Unidad de Inteligencia de The Economist, en su reporte titulado “Ahora dónde y ahora qué para América Latina".
Y es que las razones de fondo que motivaron a miles de latinoamericanos a lanzarse a las calles hartos de esperar un futuro mejor que no termina de llegar, siguen ahí. Y ningún gobierno, entrante o saliente, podrá cambiarlas a corto plazo.
Estos factores incluyen la desigualdad económica, la efectividad de una red social para salvaguardar a los más vulnerables, la efectividad de los gobiernos, la corrupción, las oportunidades de empleo para jóvenes, el malestar económico y la percepción sobre el estado de la democracia.
Al estudiar las situaciones de países como Ecuador o Chile, uno encuentra vastas diferencias en sus historias políticas y escenarios económicos, hay una serie de similitudes que explican los estallidos sociales ocurridos en ambos países.
“Quizás la experiencia compartida más importante de los países latinoamericanos (con alguna excepciones como Centroamérica) ha sido el arduo proceso de ajuste de la era post boom de las materias primas”, explica The Economist.
La primera década de los años 2000 fue de abundancia en América Latina, impulsado principalmente por el alza en los precios internacionales de las materias primas, ocasionada a su vez por la transformación de la economía China en una súperpotencia económica.
Esa década de abundancia dejó en América Latina, una región rica en materias primas, una serie de resultados positivos incluyendo reducciones sustanciales en los niveles de pobreza extrema, grandes mejorías en los índices de salud y mortalidad, y un acelerado crecimiento de la clase media.
“La coincidencia de la bonanza de las materias primas con la “oleada rosada”, un desplazamiento de la preferencia de los votantes hacia gobiernos de izquierda en América Latina, resultó en que muchos gobiernos usaran la lluvia de recursos para aumentar las transferencias de riquezas y subsidios, y esto contribuyó a reducir la pobreza y a aumentar la disponibilidad de ingresos a lo largo y ancho de la región”, añade el informe.
“Sin embargo, en la mayoría de los casos, hubo una inversión inadecuada en educación, infraestructura y diversificación económica, la cual habría servido como base para un crecimiento sostenible a largo plazo”, sentenció The Economist.
“Adicionalmente, el crecimiento económico en América Latina ha estado básicamente estancado entre el 2014 y el 2019, resultando en una reducción del ingreso per cápita, acompañado de un aumento en la población”, agrega la unidad de inteligencia.
“Y aunque una porción importante de esta caída puede atribuirse al colapso de Venezuela, que continúa siendo el símbolo del despilfarro económico, otros países no han quedado libres del malestar económico”.
Y al empezar a vaciarse los cofres estatales y al verse los gobiernos obligados a apretarle el cinturón a sus ciudadanos, esto resultó en violentos estallidos de protestas como los vividos en Ecuador por la intención de eliminar el subsidio a los combustibles y en Chile por un intento de aumentar las tarifas del metro. Pero las raíces de esa furia ciudadana son más profundas: las perspectivas de un mejor futuro social y económico se están desvaneciendo.
Según una encuesta realizada por la organización chilena Latinobarómetro en 2018, la percepción regional sobre su futuro económico está en su punto más bajo de los 23 años en los que el sondeo se ha realizado. Existe amplia información económica sobre cómo la tolerancia de la gente hacia la desigualdad está directamente relacionado a sus propias perspectivas de mejoría económica.
“Por lo tanto, al ajustar los latinoamericanos sus expectativas ante una nueva realidad económica, cada vez más han optado a lanzarse a las calles para exigir cambios en el ‘contrato social’”, afirma The Economist.
Pero según la publicación, el malestar económico sólo explica una parte del rompecabezas.
“Al pasar de los años, ha habido una divergencia entre la calidad de las instituciones políticas que la ciudadanía ha solicitado, y la calidad de las que existen”, afirma. “Este desencanto refleja la corrupción, también refleja el debilitamiento de las instituciones democráticas debido a gobiernos autoritarios. En casi todas partes refleja instituciones y sistemas políticos ineficientes”.
“Cada vez más son vistos como obstáculos y no como senderos hacia el progreso, que en realidad están contribuyendo a un sistema político de corrupción”, afirma el reporte.
Más aún, cuando la capacidad de crear políticas de gobierno depende de una multitud de fuerzas políticas trabajando en conjunto, se le dificulta a los votantes asignar culpabilidad o dar crédito por los resultados.
De esa forma se ha reducido la capacidad para exigir rendición de cuentas a los políticos, permitiéndole a éstos que se atrincheren en sus curules, aumentando la percepción de que los políticos pueden hacer lo que les venga en gana con absoluta impunidad.
El problema entonces, se he vuelto el sistema político en su conjunto. Por algo es que en varias de las protestas en el continente, ha empezado a sonar la consigna “que se vayan todos”.
Y el país con el mayor índice de riesgo de inestabilidad en todo el continente es Nicaragua. Tomando en consideración los factores políticos, económicos y sociales usados en el estudio, Nicaragua alcanza un índice de riesgo del 4.1, por encima de Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia.
La diferencia ha sido, según el informe, la cruenta represión que tanto en Nicaragua como en Venezuela, han usado para apagar las chispas de rebelión.