Tres mujeres de edad madura juegan dominó bajo el arco elevado de la tarima central de la Plaza La República de Maracaibo, Venezuela.
Baten sus piezas y las colocan de golpe, por turnos, sobre una tabla de madera desgastada cerca de las 5:00 de la tarde, mientras hablan de sus amigos, de la familia, de la crisis del país y de anécdotas recientes.
Dos parejas de enamorados retozan en unas bancas, a lo lejos. Un obelisco se erige a unos metros dentro de una fuente de agua, en medio del lugar, considerado uno de los sitios de disfrute emblemáticos de la ciudad.
La plaza está a punto de coparse de gente, adelanta Yosmaira, una de las jugadoras, de cabello castaño corto y pintado con mechas amarillas.
La municipalidad adornó el lugar con decoraciones y luces navideñas, atrayendo a decenas de personas. El atractivo decembrino y el esparcimiento nocturno, no obstante, tienen apenas días.
“Se pone full (lleno) por la iluminación que hay, pero antes, ya a las 8:00 de la noche, esto estaba pelao’ (desierto)”, añade la mujer, quien vive a unas cuadras de la plaza.
Aura Zayago, de 77 años, la más anciana de la cruz de tres, muestra un ánimo agridulce cuando se le pregunta del potencial turístico de su ciudad.
“Le agradezco mucho a Maracaibo. Siempre hablo bien de ella, pero tengo que decir la verdad”, desliza, con su cara cubierta bajo una gorra que la protege del sol picante de esta tarde.
Diana y Yosmaira, sus compañeras, detienen el juego para escuchar con atención a Aura despotricar de la ciudad a donde se mudó hace 49 años desde Capacho, Táchira, para estudiar Enfermería y Educación.
“Por donde mires tú, hay basura, no hay agua, no hay gas, no hay transporte. Entonces, la ciudad no está apta para el turismo, sino para nosotros, que nos calamos eso”, refunfuña con acento andino.
Diana, sentada frente a ella, pone la guinda: “y no hay luz”.
Maracaibo, capital del estado más poblado de Venezuela, Zulia, y catalogada como la ciudad petrolera del país, era un imán de turistas.
Hace 12 años, fue sede de cinco juegos de la Copa América de fútbol, incluida la final entre la Argentina de Leo Messi y la Brasil de Dani Alves.
Sus calendarios incluían fechas de conciertos de artistas de la talla de Shakira, Ricky Martin, The Backstreet Boys, Luis Miguel y Marc Anthony.
Era urbe de convenciones petroleras. Había foros educativos por doquier y simposios de medicina con máxima frecuencia.
Cercana a la frontera con Colombia, era bisagra del comercio binacional.
La hotelería, el transporte privado, el flujo de vuelos entrantes y salientes y la afluencia de comensales en restaurantes eran negocios dinámicos, vivos.
La gaita, género musical autóctono, la llamó “la ciudad más bella que existe en el continente”, engalanada por “la gente de más alta calidad”, el lago más grande de América Latina y el segundo puente más extenso de Suramérica.
Esa sinergia de encanto es cada vez más una postal del pasado.
Liliana Polanco, comerciante colombiana de 45 años, ya no ve el atractivo citadino que la hipnotizó hace 10 años en sus primeros viajes a Venezuela.
“Daba gusto venir antes. En este momento, no me parece que el país esté apto para el turismo debido a la baja calidad de vida”, dice, detenida frente a la Basílica de “La Chinita”, una meca del devocionario católico venezolano que el turista doméstico y extranjero suele frecuentar en Maracaibo.
Maracaibo, como las grandes ciudades de Venezuela, está imbuida en una crisis integral. El nivel de pobreza en el país es de 48 por ciento, según la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida.
La inflación de precios entre octubre de 2018 y septiembre de 2019 fue de 50.100,3 por ciento, indicó el Parlamento venezolano, mientras el salario mínimo mensual es de 150.000 bolívares o 6,6 dólares al cambio oficial.
La decadencia de la economía nacional ha lapidado el turismo en Venezuela, evalúan dirigentes empresariales.
La ocupación en los 27 hoteles de la ciudad es de apenas 11 por ciento, precisa José Chamy, presidente encargado de la Cámara Hotelera local.
Los estándares hoteleros consideran financieramente saludable que ese promedio esté entre 35 y 40 por ciento, indica el vocero.
El torneo futbolístico de 2007 y los conciertos de artistas internacionales hasta 2013 valieron a la ciudad picos en el alquiler de habitaciones de entre 85 y casi 100 por ciento, según Chamy.
Leudo González, presidente del Consejo Superior de Turismo de Venezuela, dijo en octubre que la ocupación hotelera nacional era de 25 por ciento.
El indicador se elevó moderadamente en las últimas semanas hasta 36 por ciento, de acuerdo con Chamy, lo que ubica al Zulia en el sótano del ranquin de la hotelería y, por ende, del turismo en el país.
La crisis también se hospeda en los hoteles. Muchos, admite Ricardo Acosta, presidente de la Federación de Cámaras del Zulia, han clausurado la mayoría de sus habitaciones al no poder costear sus mantenimientos.
El hotel de una de las avenidas principales del norte de la ciudad tiene hoy cinco de sus 10 pisos cerrados, ejemplificó.
Las fallas de los servicios públicos, así como la escasez de la gasolina, la inseguridad y el mal funcionamiento de las telecomunicaciones, favorecen el resbalón turístico en Venezuela, coinciden empresarios y habitantes.
Y, particularmente en Zulia, el racionamiento eléctrico ha sido la última herida abierta del turismo. Maracaibo y otros 20 poblados experimentan cortes de luz de 12 horas al día desde hace siete meses.
“Es lo que más ha perjudicado”, afirma con vehemencia el vocero de la Cámara Hotelera. Aún así, los patronos confían en la resurrección.
Las autoridades promueven retoques en plazas y actividades culturales en las vísperas de la Feria de la Virgen de “La Chinita” como quien ondea una bandera de invitación desde una isla desierta.
“Convocamos a todo el pueblo maracaibero, zuliano y venezolano a que se vengan pa’ Maracaibo a disfrutar de la buena feria de ‘La Chinita’”, declaró el alcalde Willy Casanova, simpatizante del presidente en disputa Nicolás Maduro, tras un modesto desfile de 30 comparsas en el centro de la ciudad.
La oferta no convence a Reina Sulbarán, residente de Maracaibo.
“La ciudad era más bonita. Todo está muy olvidado. Y, ahora, ¿cómo se moviliza uno con estos sueldos?”, se pregunta, poco antes de desalentar a una sexagenaria que mendiga a las afueras de la basílica.
La vida comercial que se deriva del turismo es cada vez más raquítica.
Un restaurante podía facturar 120 mesas en una buena noche en Venezuela, dice el dueño de un sitio de comida italiana bajo condición de anonimato.
“Ahora, si llegamos a 20 mesas, es mucho”, acota.
Las ventas de boletos aéreos cayeron al menos 60 por ciento en comparación con el año pasado, comentó recientemente Nicolás Furnari, presidente de la Asociación de agencias de Viajes y Turismo.
Es un efecto dominó, como el juego que cada tarde comparten Aura y sus dos amigas bajo el arco de la emblemática plaza del norte de Maracaibo.
Ante su mesa de madera, la veterana jugadora corona su queja.
“La ciudad me quedó chica”, dice. “Estoy loca por irme para mi pueblo”, remata.