El Espinal (Tolima), está ubicado en el centro de Colombia a la orilla del río Magdalena, principal afluente hídrico de ese país. La región es ideal para cosechar algodón, arroz, ajonjolí y sorgo, entre otras variedades propias de los 29 grados de temperatura que acompañan esa comarca.
La actividad económica primaria es la agricultura por lo que las labores son febriles e intensas en todos los órdenes que rodean las tareas del campo.
Allí ocurre un problema que se repite en zonas productivas similares de Colombia y América Latina. En el vecindario de El Espinal, desde hace décadas, hay cultivos extensos que son fumigados desde aeronaves que, además tienen la pista de aterrizaje dentro del casco urbano.
Tanto la fumigación como la operación de estas compañías aéreas han generado a lo largo de los años problemas de salud en la comunidad, incluso, la población infantil reporta malformaciones que tienen origen en la exposición a los venenos utilizados para la protección de los cultivos.
Está consignado este problema en varias acciones de tutela ante la justicia de ese país. La señora Luz Mery Vega acudió a la Corte Constitucional alegando “graves quebrantos de salud de carácter respiratorio y cefaleas permanentes; además interrupción del embarazo, por ella atribuido a la absorción del ambiente tóxico. Similares problemas padecen su hijo y gran número de habitantes del sector. Los moradores del lugar informan que se han presentado varios casos de abortos y malformaciones de esos recién nacidos, todas debidas a la contaminación del ambiente”, según el escrito enviado al alto Tribunal.
Si bien la Corte Constitucional no protegió sus derechos en ese momento, se cursaron las comunicaciones correspondientes a las autoridades ambientales para que controlaran las irregularidades.
Desafortunadamente el problema no solo es de las poblaciones vecinas a los cultivos. Es claro que toda fumigación aérea o terrestre genera daños al medio ambiente y a las personas que están en contacto con los venenos utilizados. Es más, la tragedia no solo es para zonas con cultivos ilícitos.
Los químicos utilizados para erradicar las plagas en las plantaciones dejan en el mediano y largo plazo daños irreparables a la corteza terrestre, a las fuentes de agua y especies vegetales y animales. De ahí, que hoy se amplíe el concepto de cultivos producidos con prácticas amables con el medio ambiente.
Son loables entonces las políticas de grandes diseñadores y confeccionistas que como requisito para comprar una producción de algodón, por ejemplo, esta debe estar producida de manera orgánica, sin venenos ni tóxicos.
Si los diseñadores de prendas y los fabricantes exigen que todos los productos que hacen parte del vestuario provengan de la tierra y sean orgánicos, se cambia el concepto desde el origen y se convierte en cultura no patrocinar producciones que dañan el planeta.
Es urgente proteger la tierra y exigir que en las tareas agropecuarias se migre a prácticas amigables con el medio ambiente. La conciencia existe, pero las políticas aún no impactan con contundencia las leyes y las normas. Hoy es solo voluntad de algunos productores y confeccionistas. El consumidor puede aportar, exigiendo que lo que le venden, sea de buen origen.
En Brasil, la diseñadora Cristina Balari, dijo recientemente que "buscamos que en medio de este consumismo desenfrenado el comprador se pregunte si lo que está comprando realmente lo necesita y piense cosas como dónde está hecho, con qué materiales y cuáles son las condiciones de las personas que trabajaron en la elaboración de ese producto".
Balari y los diseñadores que promueven esta filosofía consideran que la moda sostenible "es económicamente viable, socialmente justa, ecológicamente correcta, culturalmente diversa y ética".
La estadounidense Greta Eagan trabaja desde su blog FashionmeGreen la moda sostenible.
“La moda tiene un rol real y muy importante que cumplir en el movimiento de sustentabilidad como un todo. La manera más fácil de incorporar sustentabilidad en tu estilo de vida es decidiendo qué es importante para ti. Es decir, factores como la producción local, uso de fibras naturales como el algodón orgánico que son libres de químicos, productos relacionados a apoyar una causa social, y luego comprometerse a comprar productos que estén en línea con estos valores”, explica Eagan.
Por ejemplo, en Colombia son varios los ejercicios exitosos para producir accesorios amables con la tierra. Mark Vaarmerk diseña joyas creadas a partir de bolsas de plástico recicladas y botellas de champú combinadas con plata y oro.
Y muchas otras empresas producen bolsos y cinturones con llantas de vehículos que son recicladas. Otro tanto produce accesorios con botellas de vidrio reprocesadas. Decenas más de pequeños empresarios trabajan en diferentes modelos de adornos con semillas naturales y fibras extraídas de las plantas sin procesos químicos.
Vale le pena entonces asociar al consumo, la moda y las tendencias el origen de lo que compramos: ¿es producido con prácticas amables a la naturaleza? ¿el grupo de personas que produjo estas prendas trabaja en condiciones decorosas y de respeto para su integridad? ¿alguna especie animal o vegetal desapareció en la producción de esta prenda? ¿estos elementos que me ofrece el consumismo son producto del reciclaje y de la reutilización de elementos que arrojados a la basura contaminan más?
Estos interrogantes nos trasladan a la siguiente reflexión: ahora que está cerca la época de dar regalos, de compartir con la familia y amigos, de manifestar y reconocer el aprecio cariño y amor por quienes hacen parte de nuestra existencia, incorporemos en la lista un nuevo personaje: la Tierra, el planeta. ¿Qué regalo le haremos a nuestro escenario de vida?
Lo mejor es obsequiar prendas, accesorios, implementos y todo aquello que sea amistoso con el globo. Ese es el mejor regalo. Amar la Tierra debe convertirse en una moda que se debe llevas puesta.
La actividad económica primaria es la agricultura por lo que las labores son febriles e intensas en todos los órdenes que rodean las tareas del campo.
Allí ocurre un problema que se repite en zonas productivas similares de Colombia y América Latina. En el vecindario de El Espinal, desde hace décadas, hay cultivos extensos que son fumigados desde aeronaves que, además tienen la pista de aterrizaje dentro del casco urbano.
Tanto la fumigación como la operación de estas compañías aéreas han generado a lo largo de los años problemas de salud en la comunidad, incluso, la población infantil reporta malformaciones que tienen origen en la exposición a los venenos utilizados para la protección de los cultivos.
Está consignado este problema en varias acciones de tutela ante la justicia de ese país. La señora Luz Mery Vega acudió a la Corte Constitucional alegando “graves quebrantos de salud de carácter respiratorio y cefaleas permanentes; además interrupción del embarazo, por ella atribuido a la absorción del ambiente tóxico. Similares problemas padecen su hijo y gran número de habitantes del sector. Los moradores del lugar informan que se han presentado varios casos de abortos y malformaciones de esos recién nacidos, todas debidas a la contaminación del ambiente”, según el escrito enviado al alto Tribunal.
Si bien la Corte Constitucional no protegió sus derechos en ese momento, se cursaron las comunicaciones correspondientes a las autoridades ambientales para que controlaran las irregularidades.
Desafortunadamente el problema no solo es de las poblaciones vecinas a los cultivos. Es claro que toda fumigación aérea o terrestre genera daños al medio ambiente y a las personas que están en contacto con los venenos utilizados. Es más, la tragedia no solo es para zonas con cultivos ilícitos.
Los químicos utilizados para erradicar las plagas en las plantaciones dejan en el mediano y largo plazo daños irreparables a la corteza terrestre, a las fuentes de agua y especies vegetales y animales. De ahí, que hoy se amplíe el concepto de cultivos producidos con prácticas amables con el medio ambiente.
Son loables entonces las políticas de grandes diseñadores y confeccionistas que como requisito para comprar una producción de algodón, por ejemplo, esta debe estar producida de manera orgánica, sin venenos ni tóxicos.
Si los diseñadores de prendas y los fabricantes exigen que todos los productos que hacen parte del vestuario provengan de la tierra y sean orgánicos, se cambia el concepto desde el origen y se convierte en cultura no patrocinar producciones que dañan el planeta.
Es urgente proteger la tierra y exigir que en las tareas agropecuarias se migre a prácticas amigables con el medio ambiente. La conciencia existe, pero las políticas aún no impactan con contundencia las leyes y las normas. Hoy es solo voluntad de algunos productores y confeccionistas. El consumidor puede aportar, exigiendo que lo que le venden, sea de buen origen.
En Brasil, la diseñadora Cristina Balari, dijo recientemente que "buscamos que en medio de este consumismo desenfrenado el comprador se pregunte si lo que está comprando realmente lo necesita y piense cosas como dónde está hecho, con qué materiales y cuáles son las condiciones de las personas que trabajaron en la elaboración de ese producto".
Balari y los diseñadores que promueven esta filosofía consideran que la moda sostenible "es económicamente viable, socialmente justa, ecológicamente correcta, culturalmente diversa y ética".
La estadounidense Greta Eagan trabaja desde su blog FashionmeGreen la moda sostenible.
“La moda tiene un rol real y muy importante que cumplir en el movimiento de sustentabilidad como un todo. La manera más fácil de incorporar sustentabilidad en tu estilo de vida es decidiendo qué es importante para ti. Es decir, factores como la producción local, uso de fibras naturales como el algodón orgánico que son libres de químicos, productos relacionados a apoyar una causa social, y luego comprometerse a comprar productos que estén en línea con estos valores”, explica Eagan.
Por ejemplo, en Colombia son varios los ejercicios exitosos para producir accesorios amables con la tierra. Mark Vaarmerk diseña joyas creadas a partir de bolsas de plástico recicladas y botellas de champú combinadas con plata y oro.
Y muchas otras empresas producen bolsos y cinturones con llantas de vehículos que son recicladas. Otro tanto produce accesorios con botellas de vidrio reprocesadas. Decenas más de pequeños empresarios trabajan en diferentes modelos de adornos con semillas naturales y fibras extraídas de las plantas sin procesos químicos.
Vale le pena entonces asociar al consumo, la moda y las tendencias el origen de lo que compramos: ¿es producido con prácticas amables a la naturaleza? ¿el grupo de personas que produjo estas prendas trabaja en condiciones decorosas y de respeto para su integridad? ¿alguna especie animal o vegetal desapareció en la producción de esta prenda? ¿estos elementos que me ofrece el consumismo son producto del reciclaje y de la reutilización de elementos que arrojados a la basura contaminan más?
Estos interrogantes nos trasladan a la siguiente reflexión: ahora que está cerca la época de dar regalos, de compartir con la familia y amigos, de manifestar y reconocer el aprecio cariño y amor por quienes hacen parte de nuestra existencia, incorporemos en la lista un nuevo personaje: la Tierra, el planeta. ¿Qué regalo le haremos a nuestro escenario de vida?
Lo mejor es obsequiar prendas, accesorios, implementos y todo aquello que sea amistoso con el globo. Ese es el mejor regalo. Amar la Tierra debe convertirse en una moda que se debe llevas puesta.