Banderas de muchos países ondean sobre los pasillos exteriores de la Escuela Valencia para recién llegados, donde más de 200 niños de todas partes del mundo aprenden inglés y las costumbres escolares estadounidenses necesarias para prosperar.
Al comenzar el año escolar, los niños refugiados e inmigrantes no suelen conocer las normas. El interruptor de luz es tan fascinante que uno lo enciende y apaga sin cesar. Otro se sobresalta al escuchar un silbato o el zumbido de un helicóptero, sonidos que le recuerdan los conflictos en su país de origen.
Pero los miedos se desvanecen a medida que los chicos se adaptan, dice la directora Lynette Faulkner, quien llama a la escuela el “lugar seguro”. En poco tiempo aprenden a formar fila, levantar la mano, mantener los pies en el suelo. Y al aprender inglés, se hacen amigos de distintas culturas.
Desde septiembre de 2018, la escuela pública ha recibido alumnos de Myanmar, Eritrea, Indonesia, Afganistán, Cuba, Venezuela y otros países para brindarles un año de atención especializada antes de transferirlos a las escuelas convencionales. Los estudiantes de este año, de jardín de infantes a octavo grado, provienen de 21 países y hablan 15 idiomas.
Valencia es una de un puñado de escuelas públicas en Estados Unidos dedicadas exclusivamente a ayudar a algunos de los miles de niños que llegan anualmente. El gobierno de Donald Trump ha propuesto reducir el límite anual de refugiados admitidos a la cifra récord de 18.000. El mes pasado no se admitieron refugiados en el país.
Las escuelas no se encuentran necesariamente en ciudades donde abundan los refugiados sino donde las autoridades docentes locales tuvieron la iniciativa de crearlas. Existen instituciones similares en Indianápolis; Houston; Fort Worth, Texas; Greensboro, Carolina del Norte, y Providence, Rhode Island.
Arizona es octavo en la lista de estados donde se asientan los refugiados. La cifra bajó de 4.110 en el año fiscal 2016 a 998 en 2018; luego aumentó a 1.216 en el período de 12 meses que finalizó el 30 de septiembre. Aproximadamente la mitad son niños.
El gobernador Doug Ducey no se ha pronunciado sobre el decreto de Trump que permite a estados y ciudades rechazar a los refugiados. Al menos cinco estados han indicado que los aceptarán, y ningún gobernador ha dicho que su plan sea impedir que se asienten. La semana pasada se iniciaron varias demandas contra la orden.
“Aunque sean menos, siguen llegando”, dijo Kristine Jones, una maestra en Valencia. “Y debemos apoyarlos, ya sea académicamente o para obtener servicios tales como vacunas”.
No está claro si el nuevo límite sobre los refugiados afectará los ya escasos fondos que reciben los distritos escolares de la Oficina de Asentamiento de Refugiados, que maneja un programa de ayuda a las escuelas que los reciben.
El Departamento de Seguridad Económica de Arizona distribuyó el año pasado unos 635.000 dólares para ayudar a 1.026 refugiados en edad escolar que necesitan intérpretes, tutores y artículos escolares.
Los inmigrantes y otros niños recién llegados del exterior - incluso los nacidos en Estados Unidos que fueron retirados del país y luego regresaron - pueden asistir a las escuelas para recién llegados si necesitan ayuda para aprender inglés básico.
“Mientras haya niños con dificultades para aprender inglés, siempre habrá lugar para esta clase de programas”, dijo Deborah Short, una especialista en la enseñanza del idioma que ha escrito sobre la educación de los recién llegados. Dijo que algunas escuelas convencionales tienen aulas para ellos.
Rebecca Kawa, de 10 años, no aprendió inglés en el campo de refugiados en Uganda donde nació y pasó la mayor parte de su vida estudiando en un aula junto con otros 200 estudiantes. Pero al cabo de dos meses en Valencia ya no necesitaba intérprete.
“Me gusta esta escuela porque te enseñan inglés y lo aprendes rápido”, dijo la hija de refugiados congoleños.
Los niños que han atravesado varios países, vivido en campamentos o presenciado actos de violencia extrema, suelen enfrentar dificultades enormes en el aprendizaje.
Los niños inmigrantes o refugiados que han perdido su hogar o un padre suelen padecer estrés tóxico, el término que utilizan los expertos en desarrollo infantil para la respuesta del organismo a la adversidad prolongada, dijo Sarah Smith, directora sénior de educación de la ONG International Rescue Committee.
“Algunos niños lloran durante largo tiempo”, dijo Smith. “Algunos tienen dificultades para concentrarse en la escuela”.
Los docentes y asistentes sociales en las escuelas para recién llegados se esfuerzan para garantizar que los niños tengan el tiempo necesario para hablar de sus emociones y hacer amigos. Michelle Frias, asistente social en Valencia, dijo que durante el año pasado remitió a una decena de niños para asistencia psicológica.
En Valencia, la jornada escolar comienza cuando los maestros reciben a los niños al bajar de los autobuses. Samuel Lavi, un asistente de docencia congoleño que habla siete idiomas, les brinda un abrazo o un choque de manos.
“Mi función más importante es asegurar que los estudiantes tengan lo que deben tener”, dijo.
Las paredes de las aulas están cubiertas de letras en colores brillantes. Los niños se sientan alrededor de mesas redondas y escuchan a un maestro capacitado en la enseñanza de inglés. También se les imparte matemáticas, arte, música y educación física.
Afuera, los niños de jardín de infantes riegan con jarras de plástico los plantíos de vegetales y flores construidos con materiales donados por el equipo de fútbol americano Cardenales de Arizona. El club de béisbol Diamondbacks pagó la remodelación de la escuela y donó árboles.
Faulkner, la directora, dijo que el distrito escolar de Alhambra inspeccionó los programas para recién llegados al ver que éstos tenían problemas para satisfacer las pautas estatales en materia de idioma. Ella visitó la escuela para recién llegados Las Américas en Houston.
Las Américas tiene unos 400 alumnos de cuatro a octavo grado que provienen de 32 países y hablan 29 idiomas, dijo la directora Marie Moreno.
“Queríamos brindarles un espacio donde pueden asentarse cada vez que se sienten alterados o recuerdan algo del pasado”, dijo Moreno al mostrar el “jardín de la paz” de la escuela.
“Para darles apoyo, les ayudamos a comprender de dónde vienen y dónde queremos que vayan”, dijo.