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Niños migrantes asisten a escuela improvisada en frontera EE. UU. - México


Maestros voluntarios imparten clases a niños solicitantes de asilo en una carpa en la frontera de EE. UU. en Reynosa, México. Foto Dylan Baddour/VOA.
Maestros voluntarios imparten clases a niños solicitantes de asilo en una carpa en la frontera de EE. UU. en Reynosa, México. Foto Dylan Baddour/VOA.

Una organización ha movilizado a antiguos maestros entre los refugiados para que impartan clases a los niños.

En la frontera sur de Estados Unidos, las restricciones por la pandemia siguen impidiendo que la mayoría de los migrantes presenten sus solicitudes de asilo en territorio estadounidense, y los recién llegados, entre ellos muchos niños, esperan en campamentos y albergues un cambio de política.

Con el paso de los meses, una organización ha movilizado a los antiguos maestros entre los refugiados para que impartan clases a los niños.

La Escuela de Acera para Niños Solicitantes de Asilo comenzó hace casi tres años como un esfuerzo de una pareja de Texas para contribuir a la crisis humanitaria en la frontera. Este mes oficialmente se inscribió como una organización estadounidense sin fines de lucro y abrió su escuela más grande hasta la fecha.

Alrededor de 10 maestros están impartiendo clases a unos 500 niños en tres inmensas carpas levantadas en un precario campamento a pocas manzanas del puente que une a Reynosa, en México, con Hidalgo, Texas.

José Herman Sánchez frente a la carpa donde se refugia junto a su esposa y una pareja de Guatemala. Foto Dylan Baddour/VOA.
José Herman Sánchez frente a la carpa donde se refugia junto a su esposa y una pareja de Guatemala. Foto Dylan Baddour/VOA.

Bajo una de esas carpas, Josué Herman Sánchez Mendoza, de 36 años, habla por un micrófono ante decenas de estudiantes de entre 10 y 17 años, que asisten a una clase de ciencias sociales.

Sánchez enseña las virtudes que los estudiantes deben adoptar: honestidad, paciencia, tolerancia, respeto, generosidad y voluntad.

“Si no practicamos nuestros valores, nuestras vidas serán más difíciles”, dice Sánchez a los alumnos sentados sobre láminas de poli espuma en el suelo.

Sánchez era un académico e investigador en el Instituto de Antropología e Historia de Honduras. Un día, junto a su familia, e igual que sus estudiantes, emprendió la peligrosa jornada hasta la frontera de Estados Unidos.

Un niño camina entre la ropa puesta a secar después de una intensa lluvia en el campamento de carpas de Reynosa, México. Foto Dylan Baddour/VOA.
Un niño camina entre la ropa puesta a secar después de una intensa lluvia en el campamento de carpas de Reynosa, México. Foto Dylan Baddour/VOA.

Sánchez dice que pagó a varios traficantes un total de 17.500 dólares para que su familia de cinco cruzara durante un mes el territorio de México. Atravesaron senderos secretos en la selva y carreteras congestionadas. Estuvieron 72 horas en un autobús sobrecargado y en un camión con otras 40 personas sin baño. Esperaron cinco días escondidos en una casa y cinco en otra.

“Son los niños los que sufren más. Como adulto, yo comprendo que soy un refugiado, pero el niño no. Un niño dice ‘tengo hambre, tengo frío, quiero bañarme’, y el padre se siente impotente”, dice Sánchez.

Un mes después de abandonar su casa, Sánchez y su familia cruzaron el Río Grande en balsas inflables y entraron en territorio estadounidense. La Patrulla Fronteriza los encontró, los procesó y los envió al puente de Hidalgo-Reynosa a fines de septiembre.

Desde entonces vive en el campamento, alimentándose con la comida que les llevan las iglesias locales y ayudando a la escuela en sus clases diarias, que comenzaron a principios de este mes.

Felicia Rangel señala un aviso que imprimió para responder preguntas frecuentes en el campamento de Reynosa, México. Foto de Dylan Baddour/VOA.
Felicia Rangel señala un aviso que imprimió para responder preguntas frecuentes en el campamento de Reynosa, México. Foto de Dylan Baddour/VOA.

La escuela tuvo su origen en 2019 cuando Felicia Rangel y Víctor Cavazos, de Brownsville, Texas, empezaron a organizar clases cortas informales en una acera cerca de un campamento en Matamoros, México, a 90 kilómetros de Reynosa.

El proyecto desde entonces ha recaudado más de 300.000 dólares en subvenciones. Sirve comidas todos los días en el campamento de Reynosa, auspicia 11 baños portátiles allí y paga el alquiler de unos 20 apartamentos para solicitantes de asilo vulnerables y espacios de oficina al otro lado de la calle del campamento de Reynosa.

También dirige cuatro proyectos de escuelas más pequeños en el área.

Rangel, de 45 años, dice que se ha reunido cuatro veces con funcionarios de la administración Biden, en persona o por video, para responder a preguntas sobre la situación del otro lado de la frontera. También se ha pedido financiamiento al gobierno de EE. UU. para el proyecto, pero aún no se ha materializado.

“Hay tantas cosas que hacemos todos los días para alentar a la gente, para mantener viva su esperanza”, añadió.

Para muchas personas, la esperanza se estaba agotando en el campamento con la inminencia del invierno y sin señales de EE. UU. de aliviar la prohibición de procesar solicitudes de asilo durante la pandemia de COVID-19.

El llamado Título 42, impuesto durante la administración Trump, ha continuado bajo la administración Biden excepto para los menores sin acompañantes.

Una niña copia la pirámide alimentaria en la Escuela de Acera para Niños Solicitantes de Asilo en Reynosa, México. Foto de Dylan Baddour/VOA.
Una niña copia la pirámide alimentaria en la Escuela de Acera para Niños Solicitantes de Asilo en Reynosa, México. Foto de Dylan Baddour/VOA.

Un día después de que una lluvia fría empapó el campamento y obligó a cancelar las clases, Larisa Michel Flories reanudó sus clases de español por un megáfono. Ella es una exempleada de una oenegé en Honduras que asesora a los menores en peligro de ser captado por bandas criminales, y ahora vive en el campamento fronterizo, donde cientos de frazadas y ropas colgaban para secarse después del diluvio.

“¿Cómo les fue ayer?”, preguntó a su clase con entusiasmo.

“Mal”, respondieron más de 50 chicos.

Sin embargo, sin la escuela y la rudimentaria instrucción que se imparte, las respuestas hubieran sido peores.

Wendy Yhoana Castellón Leiva imparte clases de matemátias en la Escuela de Acera para Niños Solicitantes de Asilo, en Reynosa, México. Foto Dylan Baddour/VOA.
Wendy Yhoana Castellón Leiva imparte clases de matemátias en la Escuela de Acera para Niños Solicitantes de Asilo, en Reynosa, México. Foto Dylan Baddour/VOA.

[Informe de Dylan Baddour]

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