El impacto de escuchar al otro lado del teléfono la tristeza y decepción de una joven inmigrante que hace poco había llegado a Estados Unidos, y a quien había entrevistado un par de meses atrás cuando arribó a Washington, D.C., me motivó para ir al día siguiente a su encuentro.
Con cuatro meses de embarazo, *Rosa, había llegado como indocumentada a Estados Unidos. Caminando, atravesó medio continente para entrar a través de la frontera sur. Al llegar, descubrió que su odisea, en la que en varias ocasiones estuvo a punto de perder a su bebé, no había terminado. La determinación del gobernador de Texas, Gregg Abbot, de enviar a las personas indocumentadas a ciudades santuario, fue su recibimiento. El gobernador asegura que con su medida busca poner en evidencia la difícil situación que atraviesan los estados fronterizos con México, por el aumento de inmigrantes que buscan ingresar a territorio estadounidense.
Con base en la directiva del gobierno de Texas, Rosa aceptó tomar el bus a la capital estadounidense. En un recorrido de tres días desde la frontera sur, por lo menos 6.000 inmigrantes han llegado a Washington, D.C. y otras ciudades.
El destino de Rosa y su esposo era Delaware, donde los esperaban otros retos.
Ella soñaba con los rascacielos de ciudades como Nueva York o Los Ángeles. Sin embargo, al alejarse de la capital, la arquitectura urbana y cosmopolita se fue desvaneciendo, para dar paso a extensos campos de cultivo y la vida rural, algo que también impactó su percepción de lo que se imaginaba que iba a encontrar en Estados Unidos.
Cuando la encontré, no pude reconocerla. Su menuda figura ya dejaba ver el avanzado estado de embarazo y, aferrada a su pareja, la venezolana, que ahora lucía un semblante más adulto, me permitió acompañarla a su chequeo de control prenatal.
Ese momento, del cual fui testigo de excepción, fue otra circunstancia impactante en la vida de esta pareja. La incertidumbre a la que se habían visto sometidos no disminuyó con lo que encontraron en el consultorio médico. Ya para este momento, la pareja manifestaba abiertamente que estaba arrepentida de emigrar ilegalmente a Estados Unidos.
El de Rosa y su pareja no es el único caso que pude documentar en menos de 48 horas sobre el arrepentimiento de haber llegado a Estados Unidos en las condiciones que lo hicieron.
El colombiano Luis Huertas nunca pensó que un puño en su ojo marcara su llegada a Washington D.C. Igual que Rosa y su pareja, fue recibido por una organización pro inmigrante en la estación de metro en la capital estadounidense, pero debido a la incapacidad de la ciudad para recibir la avalancha de personas indocumentadas llegando, no encontró refugio ni siquiera para pernoctar. Así fue como Luis, en condición de persona sin hogar, fue agredido físicamente en la calle. Cuatro días después, cuando lo conocí, no sabía qué pasaría con su ojo. Su estatus de indocumentado no le había permitido ser examinado por personal de salud ni siquiera en el interior de una ambulancia.
Estas dos historias evidencian los retos que actualmente están afrontando por lo menos 6.000 migrantes indocumentados que han llegado a Washington. D.C. enviados desde Texas y recientemente, también desde Arizona.
De acuerdo con la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza, sólo en el mes de junio 207.000 personas cruzaron ilegalmente la frontera sur. Para Tatiana Laborde, Jefe de Operaciones de Atención Móvil de Urgencia, SAMU, que actualmente trabaja desde Washington, para ayudar a esta población gracias el desembolso inicial de 1 millón de dólares de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, FEMA, la capital “se ha vuelto una ciudad fronteriza artificial”.
La otra mirada la tienen organizaciones pro inmigrantes, como CARECEN, que desde abril, cuando llegaron los primeros buses, recibieron a los indocumentados con donaciones de comida, alimentos, alojamiento e incluso tiquetes para que llegaran a su destino final. Sin embargo, Abel Núñez, su director ejecutivo, asegura que ya no hay recursos, y “cuando viene la gente, porque siguen viniendo, se va a encontrar que no hay mucho, hay menos de lo que había antes, y lo que había antes era poco”.
Por su parte, la alcaldía de Washington ya recibió la negación por parte del Departamento de Defensa para usar agentes y el centro de entrenamiento de la Guardia Nacional como apoyo en la tarea de recibir inmigrantes, una propuesta que le costó a la alcaldesa, Muriel Bowser, el desagravio de grupos pro inmigrantes, al considerar que era una militarización de la ciudad santuario. Pero según Larry Villegas, de la Oficina de Derechos Humanos, “el gobierno de DC solamente no va a poder cubrir esa necesidad”.
Por ahora, la administración del presidente Joe Biden le dice a la población migrante que las fronteras de Estados Unidos no están abiertas y avanza sobre los acuerdos migratorios alcanzados en la IX Cumbre de las Américas, por lo que Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional de EEUU, viajó recientemente a Guatemala para hacer un seguimiento.
A través de estos testimonios, la serie original de la Voz de América Utopía Migratoria evidencia los retos que actualmente están afrontando miles de inmigrantes indocumentados que han llegado recientemente a Washington. D.C., enviados desde la frontera.
De acuerdo con expertos en migración, indocumentados con un destino final planeado, como Rosa y su pareja, o personas sin ningún contacto en Estados Unidos afrontan un sinnúmero de sufrimientos, retos y barreras causadas en gran parte por la desinformación, sumada a las ansias de cumplir con el imaginario sueño americano, que convierte los anhelos de los inmigrantes en una utopía.
*Rosa: Nombre ficticio para proteger la identidad de la entrevistada.
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