Por afuera, el taller de calzados artesanales de los hermanos Kollaián no dice mucho. Pequeño e insertado entre dos casas con similares fachadas, sólo se distingue por un modesto cartel que dice “Marant”, el nombre de la empresa. Geográficamente, el taller está ubicado en un barrio de clase media de Montevideo llamado Capurro, y no en las zonas más comerciales de la capital uruguaya.
Pero los zapatos que producen en este taller hacen un largo recorrido: son exportados a Estados Unidos, países de Europa y de Asia. Y el destino final de muchos de estos calzados es Broadway. Ni más ni menos. “Si hoy vas y caminás por esa calle, la mayor parte de las marquesinas fueron calzadas por nosotros”, contó a voanoticias.com Melina Kollaián, una de las dueñas del taller.
La zapatería de la familia Kollaián es una historia en ascenso. Una empresa que fue fundada por el padre de Melina, que aprendió el oficio de la zapatería artesanal de muy joven, y era un amante de los calzados femeninos. Tenía muy buen gusto, tanto que le compraba la ropa a su esposa, la madre de Melina.
En 2002, la empresa casi se vino abajo. Afectada por la fuerte crisis económica que golpeó a Uruguay en ese entonces, Marant no producía ni vendía zapatos. Y encima, el padre de Melina falleció. Ella y sus hermanos tenían dos opciones: reflotar el negocio, o emprender cada uno por su lado.
Optaron por el camino más difícil y siguieron el legado de su padre. Pero fueron astutos. En vez de dedicarse a la producción de zapatos comunes y corrientes, de uso diario, buscaron un nicho de mercado. Y lo encontraron: los zapatos de tango.
Melina y sus hermanos dedicaron tres años a estudiar cómo hacer zapatos de tango. Incluso tomaron clases, para darse cuenta de qué factores debían tener en cuenta a la hora de producir este calzado, que se caracteriza por sus tacones altos de hasta 12 centímetros.
Tanto practicaron que se convirtieron en especialistas del zapato de tango. Luego, se diversificaron y aprendieron cómo hacer zapatos de otras danzas, como la salsa.
Melina dijo que hoy por hoy, el 97% de los zapatos que producen son de baile. Tienen capacidad como para producir un máximo de 100 pares diarios, aunque las cantidades varían. En cuanto a los precios, los de tango, por ejemplo, cuestan de $ 125 dólares para arriba.
Tan bien hacen los zapatos de baile que fueron descubiertos por Broadway y actrices de Hollywood que ella prefiere no nombrar. Pese al éxito, esta familia se caracteriza por su perfil bajo y por enfocarse más en el trabajo que en la publicidad.
Lo increíble de los zapatos Marant es que son producidos de forma artesanal. “De principio a fin”, según Melina. Hay nueve trabajadores en el taller, incluyendo a los tres hermanos Kollaián. Casi no usan máquinas. Supervisan todo el proceso, desde la elección de los materiales a la puesta en caja del zapato. El resultado es un calzado de altísima calidad.
Melina dijo que una vez, un cliente japonés que dedica seis meses al año a recorrer fábricas de zapatos visitó su taller. Y les dijo: “Me sobran los dedos de la mano para decir cuántas fabricas en el mundo fabrican un zapato como lo elaboran ustedes”.
¿Se sienten orgullosos de lo que lograron? Sí, dijo Melina, aunque prefieren tomarse el éxito con calma y con responsabilidad. Paso a paso.
“Fue un camino muy duro el de estos años, de muchísimo trabajo -inexplicable-. No sabíamos muy bien hacia dónde íbamos, ni siquiera hoy sabemos. No tenemos metas, sino que las metas van apareciendo en la medida que se te plantean desafíos nuevos”, concluyó.