Esquipulas: el kilómetro cero de la ruta migrante en Guatemala

Los migrantes arman carpas para pasar la noche en Esquipulas, Guatemala. [Fotografía Karla Arévalo/VOA]

Los miles de migrantes que llegan al fronterizo pueblo de Esquipulas, en Guatemala, buscan un descanso tras haber recorrido varios países, desde América del Sur. También buscan trabajo, venden golosinas o sólo relatan sus historias, todas dolorosas, en su camino migrante.

Llegar hasta Esquipulas, desde América del Sur, es una hazaña dolorosa. El pueblo guatemalteco ubicado a unos diez kilómetros de la frontera con Honduras se ha convertido en una ruta migratoria latinoamericana en los últimos años. Para muchos migrantes, el llegar hasta ahí les sabe a oasis tras haber cruzado la selva del Darién que une el sur de América con Centroamérica. Otros lo ven como el kilómetro cero de un nuevo país por recorrer.

Es 16 de septiembre y Guatemala, al igual que el resto de Centroamérica, recién ha celebrado el 202 aniversario de independencia. Las banderas de color celeste con blanco, los trajes de identidad indígena y las artesanías de origen maya revisten el pueblo de Esquipulas. Todos viven la patria, todos, menos los migrantes, decenas, cientos o quizás miles esparcidos por el parque, la iglesia, la estación de autobús o la calle.

Algunos migrantes aguardan a la salida de un hotel, en Esquipulas, Guatemala. [Fotografía Karla Arévalo/VOA]

“Allá es horrible. No hay trabajo. No hay nada para nosotros”. Es Julimán, una migrante venezolana de 29 años que llegó a Esquipulas entrada la tarde del 16 de septiembre. No piensa quedarse mucho tiempo. A lo sumo 24 horas mientras arman el plan para continuar hacia la ciudad de Guatemala, luego a México y como destino final a Estados Unidos.

Con ella van sus tres hijas de 5, 7 y 9 años. También su esposo de 23. La familia espera en una acera a que dé la noche. Las golosinas que compraron para vender ya se les han acabado, y la única esperanza ahora es que los turistas que salen del hotel más cercano les ayuden.

Hasta hace unos días, Juliman y su familia vivían en Santa Ana de Coro, capital del estado Falcón, en Venezuela. Y aunque es una zona turística, el hambre golpea fuerte. Y aunque hay trabajo, aseguran, el dinero no es suficiente.

Una familia de venezolanos recién llega a Esquipulas, Guatemala, el 16 de septiembre. [Fotografía Karla Arévalo/VOA]

Como Julimán y su familia, 250.000 migrantes atravesaron la selva del Darién en 2022 para entrar a Centroamérica. El doble de los que la cruzaron en 2021, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Cruzar la selva les tomó tres días y mucha fuerza. Una vez dentro, Julimán relata que los migrantes no cuentan con nada. Algunos incluso deben dejar lo que llevan para aligerar la carga. Otros para dejar rastros en el camino que guíen al resto, y una vez cruzan un río deben cortar sus zapatos para evitar que el peso del agua los hunda.

“Logramos salir de eso. Ahora hay que reunir lo del pasaje y lo otro... Ya sabemos que todo es extorsión. Si no tenemos plata no seguimos”, asegura. No solo Julimán habla de una cuota de paso por Guatemala. Otros migrantes con los que conversó la Voz de América en Esquipulas reúnen el dinero para el pasaje y 70 quetzales adicionales, unos 9 dólares por persona, en caso de que deban pagar una cuota de extorsión para avanzar por el país centroamericano.

Esquipulas es uno de los centros religiosos más importantes de Guatemala y un lugar de peregrinaje católico de América Latina. Fundado durante la colonia española, su templo alberga la imagen del Cristo Negro, venerado en la mayor parte de Centroamérica y sur de México.

El templo de Esquipulas presta sus instalaciones durante el día para que los migrantes descansen. [Fotografía Karla Arévalo/VOA]

La imponente basílica de Esquipulas tiene amplios jardines donde durante el día descansan los migrantes que han llegado al lugar. Por las noches, el templo cierra sus puertas y los migrantes que planean quedarse a dormir arman sus tiendas de campaña en los alrededores de la central de autobuses de Esquipulas. También hay restaurantes que les arman toldos para que puedan cubrirse en las noches de lluvia.

Es en esos alrededores donde algunos venezolanos se han establecido con oficios fugaces. José es barbero. Aprendió el oficio hace cinco años en Venezuela y en el camino migrante decidió traer consigo las herramientas para ejercerlo. Él salió el 7 de agosto de Venezuela porque “el país se encuentra en una situación crítica. Por el gobierno, por todo”, dice. No llegó a Guatemala solo. Con él viene su esposa embarazada. Ya llevan un mes y 10 días de travesía.

Your browser doesn’t support HTML5

José, migrante venezolano en Guatemala

Los jóvenes salieron por la frontera Cúcuta entre Venezuela y Colombia. Luego llegaron hasta Necoclí donde se acaba la carretera. Ahí comienza el camino hacia el Tapón del Darién, el paso hacia Centroamérica. Si no se sale de América del Sur por avión se sale por el Darién, una región intransitable en boca de quienes la han cruzado y una de las más peligrosas rutas migrantes del mundo.

En Necoclí hay lanchas solo para los migrantes que pretenden adentrarse en la selva por el lado de Capurganá. Los migrantes pagan unos 40 dólares porque los lleven a la orilla de esa selva, y una vez dentro, deben pagar hasta 250 dólares a un supuesto grupo guerrillero colombiano.

Your browser doesn’t support HTML5

Yojana, migrante venezolana en Guatemala

“Hemos pasado cosas horribles. (…) Lo que pasamos en la selva es de terror. El río, las piedras, las subidas. Se revientan los pies. Yo estaba que lloraba allá. Es horrible. Ya no podía más”. Es Yojana. Tiene 23 años y viaja con su hijo de 7 meses con quien atravesó el Darién en tres días y medio. Como ella, quienes logran completar la travesía son recibidos por autoridades panameñas en Canaán Membrillo, en la salida de la selva.

Luego de registrarse en el puesto migratorio, los migrantes suben a pequeñas balsas de madera que los llevan hasta el primer refugio para migrantes sobrevivientes del Darién: San Vicente, en Panamá. Para los migrantes, el Darién es un infierno de humedad y calor. No se ve casi el cielo. La lluvia no da tregua. La dimensión de su territorio no se sabe hasta que se atraviesa. Unos, como Yojana, tardan pocos días en salir, otros hasta 15 días. Y otros no salen más.

Yojana llegó al albergue San Vicente, en Panamá, sin nada. La caminata obliga a cualquiera a ir dejando lo que pesa; la joven cuenta cómo perdió casi todo en la selva. Pero a partir de ahí, el recorrido fue otro.

También lea La oleada de migrantes que suspendió trenes en México comienza en la industria migratoria del Darién

Los migrantes suben a un autobús que atraviesa Panamá por completo. Luego, otro autobús que recorre Costa Rica. En Nicaragua rodean la zona fronteriza y algunos optan por no cruzar la frontera de manera regular. Al llegar a Honduras el panorama cambia: el gobierno de Xiomara Castro le otorga a los migrantes un salvoconducto, es decir, un permiso temporal que les permite cruzar el país sin problemas. El pase dura cinco días lo que significa que en ese tiempo deben llegar hasta la frontera con Guatemala.

En Guatemala la presión del tiempo se acaba. Los migrantes no tienen la opción de salvoconductos y deciden esperar, o más bien descansar, en el primer pueblo que encuentran al cruzar la frontera hondureña: Esquipulas.

También lea Número sin precedentes de migrantes ha cruzado el Darién este año en camino a EEUU: ONU

Desde que Jonathan Laguna llegó a Esquipulas decidió trabajar de ayudante de albañil. Un trabajo por el que le pagan 100 quetzales al día. Unos 12 dólares.

“Hago lo que hace un ayudante de construcción: batir pega, pasar bloques, cargar arena, cemento. Del pago no me quejo. Trabajamos para poder continuar nuestro viaje. Con el favor de Dios partimos en una semana…”, le cuenta Laguna a la VOA. Otros migrantes a quienes les es más difícil hallar trabajo esperan remesas de sus familiares, venden golosinas en las esquinas o les piden ayuda a los turistas.

Your browser doesn’t support HTML5

Jonathan Laguna, migrante venezolano

Mientras unos migrantes llegan, otros se van. La fachada de la central de autobuses se llena todas las mañanas. Afuera cientos de migrantes esperan a comprar el pasaje de autobús que los acerque a la mitad del país o que los lleve hasta Chiquimula, otro municipio convertido en refugio para migrantes.

Los que lograron comprar el boleto van con el miedo de no ser descubiertos en algunos de los retenes migratorios instalados en la ruta. Otros caminan con sus pertenencias a cuestas.

La terminal de autobuses en Esquipulas, Guatemala, luce abarrotada todas las mañanas. [Fotografía Karla Arévalo / VOA]

La ayuda cerca

A unos pasos de la frontera "Aguas Calientes", entre Honduras y Guatemala, se encuentra el Centro de Atención para Personas Migrantes y Refugiadas (CAPMIR), el primer refugio que los migrantes encuentran luego de atravesar la frontera de manera regular o tras hacerlo por alguno de sus puntos ciegos, es decir, pasos sin control migratorio.

Los CAPMIR brindan orientación sobre el proceso de refugio en Guatemala; atención psicosocial para niños y adultos, atención prehospitalaria e información sobre la ruta migratoria.

“Aquí se encuentra la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), la Cruz Roja, Médicos del Mundo y el Refugio de la Niñez (...) En promedio recibimos entre 60 y 100 personas diarias. Algunas personas vienen con miedo, ansiosas de que las vienen siguiendo, que no van a pasar, que los van a regresar. Otros no están ubicados de si están en Guatemala u Honduras porque regularmente no usan el paso fronterizo”, explica a la VOA, Nery Juárez, representante del centro.

Un niño venezolano recibe atención psicológica en el Centro de Atención para Personas Migrantes y Refugiadas (CAPMIR) en Guatemala. [Fotografía Karla Arévalo/VOA]

Para Daniela Gutiérrez, coordinadora regional adjunta del programa de protección a personas migrantes y desplazadas internas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para México y América Central, los flujos migratorios se han “complejizado” y cambiado en los últimos años.

Un primer nivel de riesgo para los migrantes se vincula con la migración, según Gutiérrez. Las personas migrantes en tránsito son personas que, a veces, no cuentan con un documento migratorio y por lo tanto no conocen sus derechos, los procesos, ni a las autoridades en esos países.

Your browser doesn’t support HTML5

Panamá analiza posible cierre de su frontera con Colombia para impedir inmigración irregular

“Debido a que no cuentan con un documento migratorio tienen temor a ser devueltos a sus países de origen, por lo que no se acercan a las autoridades cuando tienen alguna necesidad. Y muchas veces las autoridades, debido a que las personas no cuentan con un documento migratorio, no les prestan ayuda”, dijo en entrevista con la Voz de América.

Otro de los riesgos son los “perfiles migratorios”. Hace unos años, los perfiles migratorios eran mayormente hombres adultos. Ahora, agregó, esos flujos están compuestos por un sinfín de perfiles como mujeres, niños, adultos mayores, entre otros. Y cada uno de los perfiles tiene sus propias vulnerabilidades.

En Esquipulas hay cientos de familias, niños o mujeres embarazadas a quienes les queda solo la esperanza de poder continuar el camino sin obstáculos. De alguna u otra manera, sostienen su fortaleza en el concepto de "familia" que les acompaña. Otros creen que el viaje es, incluso, una lección de vida para los pequeños.

Para Julimán, quien al día siguiente ya se hallaba en la terminal de autobuses a la espera de sus boletos, "el cansancio, el hambre y el frío también enseñan".

Entre enero y el 17 de septiembre de 2023, Migración de Guatemala ha localizado a 15.170 migrantes. De estos, 14.220 entraron por la frontera Aguas Calientes, a unos minutos de Esquipulas. La mayoría era migrante venezolano.

¡Conéctate con la Voz de América! Suscríbete a nuestros canales de YouTube, WhatsApp y al newsletter. Activa las notificaciones y síguenos en Facebook, X e Instagram.