Key West: el norte tan al sur

La caída del sol vista desde el Muelle Mallory Square, en Key West, ofrece una esplendorosa explosión de colores sobre las aguas del Golfo de México

Por Key West nadie pasa. A Key West hay que ir. Conectado por una única ruta al territorio continental estadounidense, a través de una decena de puentes el mas sureño de los cayos de la Florida, es dueño de una colorida historia y un esplendoroso presente.

Conducir sin prisa es la mejor manera de llegar a Key West, por no decir casi la única. Es que la ruta A1A que une a los Cayos de la península de la Florida con el continente estadounidense, por unos 160 kilómetros de carreteras y puentes, que es prácticamente en su mitad final una pequeña ruta de dos carriles opuestos.

Por lo tanto, para un viaje de vacaciones en automóvil, reducir la velocidad es un buen inicio para el descanso. Además, será un buen pretexto para comenzar a conectarse con el entorno.

Los Cayos de la Florida, o en inglés The Florida Keys, son una invitación al disfrute, a abrir los sentidos a la belleza natural muy bien conservada y a la fantasía de sus historias de piratas, tormentas y naufragios.

En particular, Key West o también Cayo Hueso, como fue llamada originalmente la isla por sus descubridores españoles en el siglo XVIII, es en la actualidad la más sureña población estadounidense.

Una ciudad pequeña y burbujeante, fácil de recorrer de un modo muy amigable, ya sea caminando o utilizando algunos de sus populares servicios turísticos como los tranvías o el pequeño tren que serpentea a su paso por las siempre bulliciosas calles. O mejor aún alquilando bicicletas, pequeños motociclos o carros de golf eléctricos. En todo caso, eliminar la preocupación de buscar donde estacionar ayudará a reducir dramáticamente el nivel de estrés, lo que también siempre es bueno en vacaciones.

Desde el punto más al sur de Estados Unidos, marcado por un mojón ubicado frente a las aguas del Océano Atlántico y que señala la distancia de 90 millas entre Key West y la isla de Cuba, se puede caminar apenas unos 100 metros, obviamente en dirección noreste por South Street, hasta la calle Duval, y de allí seguir hasta el otro extremo, y asegurarse de llegar a tiempo al Muelle Mallory Square, para disfrutar de la esplendorosa explosión de colores de la puesta de sol sobre el Golfo de México.

Es que la barrera de corales que conforman los Cayos de la Florida, son un limite natural que divide, o mejor aún, que enlaza las aguas del Océano Atlántico con las del Golfo de México.

Una paleta de colores
Puede ser una tarea bien complicada intentar calificar a Key West, o colocarla en alguna categoría en particular. Por eso, mejor que el intento y la casi certeza de equivocarse, es simplemente dejar que la paleta de colores de sus contrastes nos alcancen a todos.

Desde la histórica residencia de descanso que el presidente estadounidense Harry Truman convirtió en “The Little White House”, la Pequeña Casa Blanca, una mansión que en 1890 había sido destinada a ser la sede del comando naval durante la guerra entre España y Estados Unidos, y que el mandatario adoptó en 1946 como residencia de invierno, es en la actualidad un museo que guarda parte de la historia de la nación.

Pero también en Key West se encuentra la que fuera la casa del celebrado escritor Ernest Hemingway, en la calle Whitehead. Allí donde vivió y escribió entre 1931 y 1939 y donde muchas de sus vivencias permanecen reflejadas en su libro "To Have and Have Not".

Hacerse de un tiempo para ir al bar Sloppy Joe, o disfrutar de un tradicional Margarita en “Margaritaville Café”, el restaurante propiedad del cantante Jimmy Buffet e inspirado en una de sus canciones, y en un estilo de vida tropical y de playa, es otro de los imperdibles.

O también regalarse el placer de saborear un Key Lime Pay, tan tradicional de Key West, darán al marco perfecto a un día en el Old Town, el centro histórico de la ciudad. “Aquí en los Cayos es donde se creó el Key Lime Pay y no hay un lugar mejor donde comerlo” dice orgullosa la vendedora de Kermit´s.

También es imposible no sorprenderse con los gallos gitanos, que deambulan libremente por la ciudad y que son motivo de una controversia de décadas entre sus defensores y los que quieren eliminarlos, pero que mientras tanto siguen llamando la atención de los recién llegados y sirven como despertador cada mañana, cuando alguno de ellos decide cantar al amanecer bajo su ventana.