Hay una corriente de estadounidenses preocupados cada vez más por tener alimentos frescos y saludables en su dieta.
Una de las opciones para acceder a comida fresca es que viaje la menor distancia entre el lugar de producción y la mesa donde se sirve la cena.
Y si cercanía es lo que se persigue, que puede ser más cercano que el balcón de tu apartamento.
En Nueva York, la gente cada vez está gastando más tiempo, dinero y energía en tener el lujo de sembrar su propia comida.
Las causas van desde querer saber de dónde vienen los alimentos, por desconfianza de las grandes empresas agrícolas, hasta el afán por ahorrar unos dólares al mes.
La práctica se ha propagado tanto que hasta una escritora del New York Times se dedico por seis meses a investigar – probar – si verdaderamente ahorra un par de dólares al mes. También ahora es fácil encontrar grupos de gente que comparten consejos por internet o que se reúnen para sembrar colectivamente en su cuadra, jardines comunitarios.
El único inconveniente es que el espacio en ciudades como Nueva York es muy escaso, de hecho a veces ni siquiera balcón hay en los apartamentos.
Dickson Despommier, profesor de la Universidad de Columbia promueve con sus proyectos las granjas verticales como la solución para el problema de espacio. Además las granjas verticales tienen la ventaja de además de dar frutos localmente, producir a lo largo del año y pueden ser operadas a través de energía renovable.
Para otros la solución es comprar sus alimentos a campesinos locales, quienes garantizan que no utilizan químicos o insecticidas para cultivar sus productos y a su vez la frescura de alimentos por lo que no tienen que viajar largas distancias.
Como todo reto de la vida cotidiana, tarde o temprano se refleja en el arte, estas preocupaciones alimenticias salen a la luz en las películas recientemente presentadas al público: La nación de la comida rápida (Fast Food Nation)”, El rey maíz (King Corn) y Comida Incorporada (Food Inc) .