Mexicanos producen su propio respirador artificial para enfrentar la pandemia

Dos trabajadores mueven un nuevo respirador artificial totalmente fabricado por empresas mexicanas.

La necesidad era urgente. Literalmente, vidas dependían de ello. Eso facilitó que 15 distintas empresas se pusieran en contacto y en coordinación para desarrollar lo que normalmente tomaría de 4 a 6 años. Lo lograron en diez semanas.

Un respirador artificial diseñado y fabricado en México, destinado a superar la escasez internacional de las máquinas y a un precio más bajo, ya está funcionando en los hospitales del país para atender a los enfermos de coronavirus.

El “VSZ-20-2”, de diseño un tanto rudimentario, opera con tanques de oxígeno y su propio sistema de energía de respaldo. Fue diseñado por el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, y elaborado por un consorcio de unas 15 empresas.

El médico Guillermo Domínguez Cherit, director de cuidados intensivos de la institución, dijo el lunes que la máquina ya ha ayudado a tratar a nueve pacientes. Añadió que es fácil de transportar, limpiar e instalar, y puntualizó que “es un ventilador que fue diseñado especialmente para la pandemia”.

México había tenido problemas para importar las máquinas, pero ahora el secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard declaró que “México ya no va a necesitar seguir importando ventiladores en el futuro inmediato”.

Ebrard afirmó que unos 800 profesionales de todo México, diseñadores, médicos, técnicos y obreros, participaron en el proyecto. Ya se han producido unos 185 respiradores y están siendo despachados a hospitales. Cuestan unos 12.000 dólares, mucho menos que los modelos similares disponibles en el mercado internacional.

Las autoridades afirmaron que México tiene ahora la capacidad de fabricar 500 de esas máquinas por semana, en caso de ser necesario.

El proyecto es uno de muchos en el mundo lanzados como respuesta a la pandemia, luego que autoridades de diversos países expresaron alarma por la escasez de respiradores artificiales y su alto costo.

Fanny Alvarado Chávez era la directora del Departamento de Ingeniería Biomédica del instituto cuando salió la convocatoria a principios de marzo para buscar respiradores rápido, “dado que no teníamos el número suficiente para poder enfrentar esta pandemia”.

“Lo que hicimos fue empezar a buscar ventiladores a nivel nacional y a nivel mundial, y ya no había. Lo que había estaba muy caro”, comentó Alvarado Chávez. Así que ella y sus colegas desenterraron una máquina experimental de 30 años que nunca se había producido en masa, para revisar lo que funcionaba y lo que necesitaba adaptarse a los estándares actuales.

Tenía que ser fácil de usar en entornos con poca infraestructura, por lo que fue diseñada para filtrar su propio aire en lugar de depender de los enchufes de pared de hospitales que podrían no estar disponibles. Eso significa que puede utilizarse en los hospitales de expansión de emergencia que el gobierno ha colocado en centros de convención, estacionamientos de hospitales e incluso en el circuito de Fórmula Uno de la Ciudad de México.

Las necesidades eran urgentes y habría tomado dos años aumentar la producción por sí solos. Así que el grupo recibió ayuda del gobierno mexicano, que los puso en contacto con fabricantes en la ciudad norteña de Monterrey que podrían producir las piezas.

El ingeniero biomédico Juan Jesús Mejía Fernández dijo que el diseño accionado por un pistón de aire y válvulas mecánicas también ayuda a ahorrar el escaso oxígeno y requiere menos piezas de fabricación extranjera.

“Se puede comprobar que es totalmente robusto”, comentó Mejía Fernández sobre la máquina, y apuntó que un respirador de prueba ha estado funcionando 50 días sin interrupción.

“Tomar este desarrollo, la verdad, se hizo con la colaboración de ingenieros, empresas, médicos, veterinarios (porque se utilizaron animales en las pruebas)... Es demasiada la gente que tuvo que intervenir para que se pudiera llevar a cabo esto”, señaló.

Ramsés Galaz Mendez, director de la compañía GCE Biomedical, que ayudó con el desarrollo y proceso de producción, señaló que “el gran desafío fue cómo juntas a un grupo de 15 empresas, 15 instituciones en colaborar conjuntamente en este diseño y desarrollo en tan sólo 10 semanas”.

“Normalmente nos tardamos años, es decir, un dispositivo que se desarrolla típicamente de 4 a 5 o 6 años de trabajo”, comentó. “Teníamos la carrera del tiempo encima porque tuvimos que realizarlo en tan sólo 10 semanas”.