Benedicto XVI se despide del Vaticano tras casi ocho años de pontificado con un legado inconcluso y escándalos que aún sacuden los mismos cimientos de la Iglesia católica.
Benedicto XVI se despidió el jueves de los fieles católicos frente al Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, y en su último día como papa dijo que a partir de ese momento solo era “un peregrino en la última etapa de su peregrinaje en esta tierra".
Con esas palabras, un “buenas noches. Gracias a todos”, y las expresadas horas antes al Colegio Cardenalicio, cuando aseguró que su sucesor tendrá toda su “obediencia”, Joseph Ratzinger dejó clara su intención de que la Iglesia no tenga dos papas, aunque el peso de su renuncia siga aún resonando en los pasillos y aposentos de la Santa Sede.
Como estaba previsto, todas las campanas de Roma repicaron al unísono para anunciar que Benedicto XVI estaba dejando el Vaticano, y a las ocho de la noche (hora de la capital italiana), la Guardia Suiza cerró las puertas del Palacio Apostólico en señal de que Joseph Ratzinger, a partir de ese instante, ya no era el Sumo Pontífice.
Hasta el último minuto hubo incluso dudas acerca de cómo llamarle a un papa que no muere sino que dimite, y fue personalmente él quien decidió que en lo adelante mantendría el nombre de papa Benedicto XVI o Papa Romano Pontífice Emérito.
También seguirá vistiendo de blanco y no de negro como suelen hacerlo los purpurados, aunque ya no empuñe el báculo papal ni el anillo con la imagen de San Pedro pescando desde un bote que esta vez no será destruido como suele hacerse cuando fallece un papa.
Después de haber estado durante más de dos décadas a la cabeza de una de las instituciones más importantes del Vaticano, la Congregación para la Doctrina de la Fe, y de haber sido la mano derecha de su predecesor, Juan Pablo II, a cuya muerte fue proclamado hace casi ocho años como nuevo obispo de Roma, Benedicto XVI se va dejando un legado inconcluso.
Como guardia de la fe se enfrentó a teólogos rebeldes y como papa se esmeró en promover la Nueva Evangelización, se esforzó por atraer de nuevo a la Iglesia a los obispos descarriados, rescató el latín para la liturgia, pero se opuso a suprimir el celibato de los sacerdotes y a aceptar el ordenamiento de mujeres como sacerdotes, dos asuntos sumamente polémicos entre los católicos.
Desde el primer día de su pontificado heredó un estigma que el Vaticano no había podido borrar, el creciente escándalo de los sacerdotes pederastas, y aunque dispuso el castigo para los pecadores, apartó de sus puestos a obispos que encubrieron el mal e incluso pidió perdón públicamente por tales afrentas, las heridas ni siquiera han empezado a sanar.
Otro capítulo que deja abierto es el de VatiLeaks, la filtración a la prensa de papeles confidenciales robados de su despacho a la que siguió una acuciosa investigación a cargo de tres cardenales, Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi, que habría dado lugar a un dossier de casi 300 páginas con información hasta ahora secreta.
Según el diario italiano La Repubblica, el informe es tan demoledor que fue lo que obligó a Benedicto XVI a renunciar a fin de que un papa más joven y con mayor energía pelee contra lo que de acuerdo con el periódico son explosivas revelaciones sobre “luchas de poder, malversaciones y homosexualidad” en la Santa Sede.
El Vaticano le ha restado crédito a la versión del rotativo. Pero el escándalo relacionado con los papeles secretos y las presuntas intrigas en el Vaticano es otra de las grandes batallas a las que ineludiblemente el nuevo papa se tendrá que enfrentar.
Con esas palabras, un “buenas noches. Gracias a todos”, y las expresadas horas antes al Colegio Cardenalicio, cuando aseguró que su sucesor tendrá toda su “obediencia”, Joseph Ratzinger dejó clara su intención de que la Iglesia no tenga dos papas, aunque el peso de su renuncia siga aún resonando en los pasillos y aposentos de la Santa Sede.
Como estaba previsto, todas las campanas de Roma repicaron al unísono para anunciar que Benedicto XVI estaba dejando el Vaticano, y a las ocho de la noche (hora de la capital italiana), la Guardia Suiza cerró las puertas del Palacio Apostólico en señal de que Joseph Ratzinger, a partir de ese instante, ya no era el Sumo Pontífice.
Hasta el último minuto hubo incluso dudas acerca de cómo llamarle a un papa que no muere sino que dimite, y fue personalmente él quien decidió que en lo adelante mantendría el nombre de papa Benedicto XVI o Papa Romano Pontífice Emérito.
También seguirá vistiendo de blanco y no de negro como suelen hacerlo los purpurados, aunque ya no empuñe el báculo papal ni el anillo con la imagen de San Pedro pescando desde un bote que esta vez no será destruido como suele hacerse cuando fallece un papa.
Después de haber estado durante más de dos décadas a la cabeza de una de las instituciones más importantes del Vaticano, la Congregación para la Doctrina de la Fe, y de haber sido la mano derecha de su predecesor, Juan Pablo II, a cuya muerte fue proclamado hace casi ocho años como nuevo obispo de Roma, Benedicto XVI se va dejando un legado inconcluso.
Como guardia de la fe se enfrentó a teólogos rebeldes y como papa se esmeró en promover la Nueva Evangelización, se esforzó por atraer de nuevo a la Iglesia a los obispos descarriados, rescató el latín para la liturgia, pero se opuso a suprimir el celibato de los sacerdotes y a aceptar el ordenamiento de mujeres como sacerdotes, dos asuntos sumamente polémicos entre los católicos.
Desde el primer día de su pontificado heredó un estigma que el Vaticano no había podido borrar, el creciente escándalo de los sacerdotes pederastas, y aunque dispuso el castigo para los pecadores, apartó de sus puestos a obispos que encubrieron el mal e incluso pidió perdón públicamente por tales afrentas, las heridas ni siquiera han empezado a sanar.
Otro capítulo que deja abierto es el de VatiLeaks, la filtración a la prensa de papeles confidenciales robados de su despacho a la que siguió una acuciosa investigación a cargo de tres cardenales, Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi, que habría dado lugar a un dossier de casi 300 páginas con información hasta ahora secreta.
Según el diario italiano La Repubblica, el informe es tan demoledor que fue lo que obligó a Benedicto XVI a renunciar a fin de que un papa más joven y con mayor energía pelee contra lo que de acuerdo con el periódico son explosivas revelaciones sobre “luchas de poder, malversaciones y homosexualidad” en la Santa Sede.
El Vaticano le ha restado crédito a la versión del rotativo. Pero el escándalo relacionado con los papeles secretos y las presuntas intrigas en el Vaticano es otra de las grandes batallas a las que ineludiblemente el nuevo papa se tendrá que enfrentar.