Obstinado, John Quintero, un venezolano de 32 años, se baja de su auto luego de que avanzara unos pocos metros la extensa fila de vehículos que se forma en una estación de servicio de Maracaibo, a 700 kilómetros de Caracas, la capital venezolana. Suma 18 horas esperando su turno.
El calor, de unos 30 y tantos grados centígrados, le agobia la mañana de este lunes. Trata de espantar el sofoco, así sea por unos minutos, bajo la sombra de un comercio de rejas grises ubicado en la acera de enfrente.
“Esto es lo peor del mundo”, se queja, junto a seis familiares y amigos que asienten al escucharle.
El grupo se instaló a seis cuadras de la gasolinera a las 5:00 de la tarde del día anterior. Otras decenas de choferes llegaron antes, incluso previo al mediodía del domingo. De no haber sido así, aseguran, ninguno hubiese logrado estar entre los menos de 400 puestos que hoy podrán surtirse en esa estación.
John, quien labora como chofer de una grúa de servicios automotrices, pernoctó el domingo junto a sus amigos dentro de sus carros en una calle oscura, a pesar de una prohibición de hacerlo que dictó durante la pandemia el gobernador local, simpatizante del presidente Nicolás Maduro.
“Es angustiante”, confiesa.
En la mañana, cuando los atacó el hambre, compraron comida de una manera inverosímil: a falta de dinero, usaron la gasolina como moneda de cambio.
“Fuimos a un puesto de comida de la avenida El Milagro a comprar 50 pastelitos -piezas de masa frita con relleno de queso y papa- y los pagamos con cinco litros de gasolina que sacamos de uno de nuestros carros. ¡Pagamos el desayuno con gasolina!”, cuenta John, cambiando súbitamente su molestia por una risa.
En Zulia, considerada la tierra petrolera por excelencia de Venezuela por sus millonarias reservas de crudo y por su explotación de yacimientos desde hace un siglo, reina la escasez crítica de gasolina desde hace al menos tres años.
Autoridades del gobierno local y del ministerio de Energía decidieron racionar el combustible por número de placa y cantidad -apenas 30 litros por vehículo-. Y, como colofón, es necesario llegar a tiempo a la cola, es decir, un día antes.
Uno de los acompañantes de John suelta una carcajada al recordar que, de regreso a la cola, se les averió el vehículo en el que habían ido a comprar los pastelitos por falta de gasolina. “¡Nos quedamos en el camino! Lo que nos pasa a nosotros no le pasa a nadie”, dice, alborotando el buen humor de sus amigos.
"No tenéis vida"
Brenda, una venezolana de 34 años, busca sombra cerca de su carro mientras un policía espera la señal de sus compañeros para dejar pasar otros 10 carros a las cercanías de la estación de servicio. Cruzada de brazos, se le nota su disgusto.
“No tenéis vida haciendo esta cola. Pasa uno aquí uno o dos días, dejando a mi familia, dejando a todos”, comenta a la Voz de América. Detalla que el protocolo de las autoridades que organizan la fila en esa estación es filmar con sus teléfonos a los presentes, en la noche, para evitar que alguien se “cole”.
Néstor Toro, transportista de una empresa que brinda servicios a una compañía petrolera, de 56 años, espera a unos metros a que le permitan acercarse a la gasolinera. Cerca, el vidrio frontal de su vehículo tiene grabado el número “199”.
“La comunidad”, como llama a los que se han formado por horas en esa calle, se encargó de organizar por la noche la cola antes de que la policía certificara el puesto de cada uno en la mañana. “Me había tocado el 180 ahí, pero ahora quedé más lejos. La misma gente marca para que no vengan los ‘vivitos’ o los ‘habilidosos’, como le decimos a los que tratan de colarse” o adelantarse.
Confiesa que las tantas horas de espera le llevan a someterse a un régimen y costumbres antes impensables para él. “Tengo casi 15 horas sin comer. La mayoría de los que estamos aquí no hemos desayunado. Orino en cualquier lado. Me voy siempre con dos o tres amigos a hacer la cola”, precisa.
La perenne crisis de gasolina trastoca derechos humanos en Zulia y otros estados de la frontera con Colombia y los Llanos venezolanos, como Táchira y Barinas, advierte universitario y coordinador de la Comisión de Derechos Humanos de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad del Zulia, David Gómez Gamboa.
“La crisis por el acceso a la gasolina ha dado origen a diversas violaciones de derechos humanos a la población zuliana. Hace incidencia concreta sobre el acceso a los servicios públicos de calidad y el derecho al libre tránsito”, apunta.
Detalla a la VOA que se trata de materias fundamentales amparadas por la Constitución venezolana, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
“Estas violaciones de derechos ciudadanos pudiesen dar origen a otras, como lo es el acceso al trabajo, a la salud, a la educación”, complementa Gómez Gamboa.
"Ponchaos" en las colas
Las constantes averías de las plantas de refinación instaladas y la caída de la producción petrolera a un promedio de 500.000 barriles de crudo al día causan desde hace al menos tres años que la gasolina escasee en estados como Zulia.
Los empresarios zulianos reportan que la disponibilidad de cualquier tipo de combustible en el estado “ha empeorado” y advierten que dificulta sus labores, afectando la entrega de sus materias primas y productos terminados. En el campo, los ganaderos denuncian la “escasez total” de gasolina y diésel.
El gobierno de Maduro suele atribuir la crisis a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos desde 2017. Sus voceros, entre ellos el presidente, afirman recurrentemente que el “bloqueo” norteamericano les impide tener acceso en el mercado internacional a repuestos, mano de obra calificada o productos necesarios para refinar gasolina o producir petróleo.
Entre 2019 y 2020, las fallas en los despachos de gasolina y gasoil alcanzaron a toda la nación. Maduro importó gasolina de Irán y aumentó los precios del combustible, congelados durante décadas en un país donde hasta entonces era más barato comprar gasolina que una botellita de 500 mililitros de agua.
El gobierno nacional aplicó el aumento en una doble modalidad: una subsidiada, de 5.000 bolívares por litro de gasolina; y otra que supone el pago de 0,5 dólares por la misma cantidad, que se cobra en solo 200 gasolineras.
Las medidas oficiales poco sirvieron para paliar las kilométricas colas en las estaciones. En ciudades como Caracas, la capital, llenar el tanque del vehículo supone aguardar entre dos y tres horas hasta llegar a los surtidores. En otras, como Margarita, en el oriente, de cinco a 15 minutos pueden ser suficientes.
Víctor, un venezolano que labora en una cooperativa de transporte en la frontera zuliana con Colombia, califica lo que vive en esas colas cada tres o cuatro días como “locura” y “caos”. “Esto va a acabar con nosotros”, expresa a la Voz de América cerca de la gasolinera en la que espera desde el día anterior.
El hombre, de 40 años, cuenta que, a veces, no llegan los camiones gandola de PDVSA a despachar combustible en algunas estaciones. Queda, como dicen Néstor y Brenda, “ponchao’”, es decir, sin oportunidad de llenar el tanque.
“Te llenas de ira. Es frustrante. Ya uno viene mentalizado como si fuera para una guerra”, dice, minutos antes de que un uniformado de camisa celeste y pantalón rayado le indique que pase. Es su turno de llenar el tanque, al fin.
(*) Los apellidos de algunas de las fuentes citadas en este reportaje fueron obviados por petición de ellas debido al temor a represalias.
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