Es un frío día de invierno y Ruth Kassinger está comiendo un kumquat fresco que acaba de recoger de un árbol que está dentro de su casa en Washington.
El kumquat es una de las plantas tropicales en la terraza acristalada que Kassinger llama su 'jardín de invierno'.
Una visita casual al Jardín Botánico Nacional en Washington le dio la idea de construir una versión más modesta en su casa.
"Cuando entré vi una hermosa selva verde y exuberante, cálida y húmeda. Me sorprendió por su forma bella y llena de vida", dice Kassinger.
Kassinger estaba buscando un lugar que le sirviera de refugio para recobrarse de la muerte prematura de su hermana y de su propia lucha contra un cáncer de seno. Sin embargo, empezar suponía algunos obstáculos.
"Odiaba la jardinería y tampoco me gustaban los insectos, ni la humedad del verano de Washington", recuerda Kassinger.
La solución era simple: un jardín interior.
Kassinger construyó una habitación con ventanas altas, instaló claraboyas en el techo y lámparas calientes fluorescentes. Poco a poco, comenzó a llenar la sala con naranjos, lima, limón y Mano de Buda, una fruta cítrica inusual amarilla y con tentáculos. "Me gusta la idea; estas son plantas útiles y también hermosas", dice.
Ahora el jardín tiene una matriz densa de helechos, plantas gruesas, con hojas y flores de color rojo en forma de corazón, nativas de las selvas tropicales.
Kassinger dice que su invernadero ha crecido de manera inesperada. Había previsto que se convertiría en un espacio que se iba a echar a perder, pero se transformó en algo muy diferente.
"Trasladamos una mesa de la cocina y ahora comemos en el jardín. Es una demostración de que el verdadero gozo de la vida no debe ser algo individual, sino que debe estar acompañado de familiares y amigos", explica Kassinger.
"Un jardín nunca se detiene. Las plantas crecen siempre. Un invernadero puede ser una metáfora de la vida", concluye Kassinger, quien dice que a través de las plantas se ha conectado más con la gente que ama.